Sobre la lectura de
J. Compàs, “Escriptures hipertextuals”, una vez leída, creo que es una obra muy completa que aborda ampliamente el tema/concepto de la
hipertextualidad. Agradezco que haya sido mi puerta teórica hacia la
hipertextualización. Sin embargo he de reconocer que se me ha hecho sumamente
costosa, sobre todo la primera parte.
En términos generales, los primeros capítulos y la introducción tratan
sobre el hipertexto propiamente dicho: su definición, significación,
explicación y contextualización. Muy interesante me parece las partes que
explican sus antecedentes directos e indirectos y sus implicaciones como
herramienta literaria. El apartado que relaciona el tema con la postmodernidad y con los “clásicos” autores postmodernos (Barthes, Derrida, Foucault…) ha
sido un verdadero quebradero de cabeza y sin duda me ha parecido lo más
controvertido de la obra junto con las posteriores citas que definían el hipertexto.
He de reconocer con total sinceridad que las cualidades, implicaciones y derivaciones
del concepto “hipertexto” me parecían harto exageradas, magnificadas, ilusorias,
selectivamente positivas…
Como decía en la presentación del blog, en la reflexión del tema soy
completamente nuevo y esperaba que en cierto sentido se produjera algo similar,
pero no de tanto alcance. Me parece evidente y comprensible que en cuanto se
fija un objeto concreto a estudiar éste quede irremediablemente expuesto al
cambio por la subjetividad y experiencia del observador. Si yo no había
reflexionado sobre el tema era más que predecible que la lectura de alguien que
sí lo hubiese hecho produjera un desnivel entre su discurso y el mío. Sin
embargo la grandeza del desnivel suponía un conflicto de carácter puramente
cualitativo. Nunca me había considerado una especia de tecnófobo -ni mucho
menos- pero en comparativa con lo leído bien podría ser tildado de ello.
La voluntad de asemejar el discurso postmodernista con la
hipertextualidad como medio de insertar las nuevas tecnologías en la comunidad
intelectual (quien posee un generalizado reconocimiento del postmodernismo y un
también generalizado escepticismo ante las nuevas tecnologías) era una
conclusión a la que ya había llegado antes de leerla. No
digo que éste sea precisamente el caso, pero el postmodernismo es utilizado
como fuente de legitimidad para discursos de todo tipo, en muchos casos
totalmente contradictorios y en alguno de manera sorprendente. No en vano la
esencia propia del postmodernismo bien podría ser la pluralidad, la diversidad
y la libertad con el único dogma y autoridad de “afuera los dogmas”. Creo que
sí los postmodernistas escuchasen lo que muchas veces dicen sobre ellos y sus
obras se quedarían como mínimo perplejos. Quizá sea ese el problema, servirse
de la autoridad de ciertos autores que precisamente abogaban por el cese de la
autoridad del autor. Si se les hiciese más caso se les tendría que citar menos.
Durante la segunda parte de la obra, con infinidad de ejemplos de hipertextos, multimedia, interactividad y obras de arte digital, he entendido mucho mejor todo lo anterior. El problema principal era el no entender qué era hipertexto y qué no. Con cierta angustia del que descubre un mundo nuevo aun sin el conocimiento deseado del “viejo”, me he encontrado tras estos ejemplos un potencial abrumador. Tanto de las posibilidades que ofrece el medio como sus posibles efectos sociales e individuales. Ya comprendo la diferencia cualitativa del desnivel y espero ahora vender cara la cuantitativa. No por orgullo ni por aferrarme a mis convicciones en las que me muevo con relativa seguridad, sino porque no creo que los abrazos que se dan de la noche a la mañana duren mucho tiempo. Proceder con cautela y prejuicios -sabiendo que éstos no son ni mucho menos inmutables- puede ralentizar el aprendizaje pero creo que también lo hace más “sólido”.